Pude contemplar con asombro
tu precioso latido de muchacho,
palpitando en el brillo dulce de tus ojos
y era el agua para azules caminatas,
lágrima desnuda que gritaba el éxodo del alma.
Te seguía en las lecturas y sombreados.
Pedí respuesta en la sonrisa que era un ave que volaba
y era solitaria en la cumbre del asolado sufrimiento
El frio viento que desnuda la roca de montaña
codiciaba tu paso elástico y seguro
porque recorrías con tus pies dolientes de tanto andar
la fría roca de montaña y la besabas
Te seguía entonces, en los dibujos y poemas.
Aquella cordillera tan airada por los vientos y gélidas nevadas
fue un campo de batalla, laguna de un desierto inmenso,
socavón hermético, volantín del cielo.
Ella, nada dijo cuando los cóndores rozaron tus cabellos
y marchaste tan hermoso entre nosotros con tus pies alados
tomado de la mano de las nubes que siempre fueron tus juguetes.
La muerte nunca dice nada y nos envuelve
nos apiña y acumula en la partida desde siempre
Lo hace, para que el éxodo de tu alma llore por nosotros.
(RUBEN CARCAMO BOURGADE, dedicado a la memoria de mi hijo Francisco)